El 3 de marzo tuvo lugar en el Parlamento de Navarra una
sesión dedicada a exponer los "beneficios" para las pequeñas y
medianas empresas españolas de la firma del tratado de libre comercio entre
EEUU y la UE (TTIP). La charla estuvo a cargo de de Jochen Müller,
representante de la Comisión Europea en España, y contó con la asistencia como
público de varios miembros de la Iniciativa anti TTIP Nafarroa.
Resultó muy sencillo intuir la dirección general que iba a
tomar el evento. Efectivamente, los ponentes no decepcionaron y abrieron la charla
aludiendo al consabido impacto positivo y a la creación de empleo (tan es así,
dijeron, que "no abrir unas negociaciones sería irresponsable").
"No es el acuerdo de las grandes multinacionales, es el
acuerdo de las PYMEs", insistían. A fin de cuentas, proseguían, las
grandes empresas ya están aquí y no necesitan para nada un acuerdo de estas
características. Así, nos presentaron al TTIP como un inofensivo acuerdo para
eliminar barreras arancelarias y burocráticas, sobre todo por lo que respecta
al sector alimentario.
El grueso de la argumentación se centró en justificar que el TTIP articulará el
mecanismo milagroso que toda pequeña y mediana empresa (del estado español,
para más señas) necesita. Para
sobrevivir, ser rentable y crecer. Vía aumento de sus exportaciones,
obviamente.
La lógica se les quedaba algo coja cuando intentaban
explicar cómo esa senda abierta a las exportaciones no vendría acompañada por
una correlativa en sentido inverso que supusiera un incremento de la
competencia para esas mismas pequeñas y medianas empresas a las que tanto pretenden
beneficiar. Para intentar salvar esta observación, argumentaron que las
empresas españolas están ya "muy acostumbradas" a la competencia a
nivel europeo, quizás queriendo decir con ello que las oleadas de nuevos
actores estadounidenses en el campo de juego europeo no supondrá efecto alguno.
En cualquier caso, se encargaron de dejar claro el mantra
principal del mensaje: lo innegable del impacto positivo del acuerdo. A tal
efecto, hicieron debida alusión a estudios, informes e información sobre
experiencias de otros acuerdos ("No ha habido un solo acuerdo firmado por
la UE que haya tenido un impacto negativo en términos de PIB, generación de
empleo, balanza comercial."), sin olvidarse de desacreditar las fuentes,
documentación y hechos que les resultaban inconvenientes.
Tras aludir al desconocimiento generalizado de la población
en cuanto al tratado, pasaron sin apenas solución de continuidad a hablar de
datos de encuestas que muestran el apoyo de la ciudadanía al TTIP, cuidándose
mucho de evitar mencionar los MILLONES de firmas recogidas en Europa en contra
del mismo, hecho que, al serles señalado, desdeñaron rápidamente con un
desconcertante "¿qué porcentaje representan unos pocos millones sobre el
total de la población de la UE?".
Entre todo este ejercicio de prestidigitación informativa, hay que
admitir que sí pudo apreciarse un punto de sinceridad: el ponente hizo alusión
directa a la existencia de dos grandes bloques económicos enfrentados entre sí
por el dominio de los mercados internacionales, el euroamericano y el asiático,
y a la consecuente batalla por la definición estándares globales de comercio, destacando
la importancia de formar parte del equipo de global standard setters, siguiendo la lógica de "si van a
existir, mejor ponerlos nosotros".
Una vez sentadas las ideas preliminares del discurso, el
resto de la charla hizo uso de una estrategia ya conocida, que consiste en
articular la exposición del tratado como un contra-argumentario que desmiente (en
un estilo pedagógico y directo) cada uno de los "mitos" que se han
gestado en torno al TTIP.
Así, comienza el ponente por enorgullecerse de la existencia
en el borrador del tratado de capítulos sobre desarrollo sostenible (indicando
que EEUU y la UE son los dos únicos bloques comerciales que históricamente han
contemplado algo así) y del capítulo especial sobre PYMEs. Continúa afirmando
que "el TTIP no va a abrir una puerta trasera al fracking". Sobre los estándares alimentarios que se negocian,
insiste en que sólo se trata de armonizar el tema de inspecciones y controles
de seguridad, para facilitar la vida a las empresas y evitar duplicidades
administrativas inútiles...
En cuanto al delicado tema del mecanismo de resolución de
conflictos entre inversores y estados, comienza por señalar que ya existen unos
1.500 acuerdos que los incluyen, en un claro intento de minimizar el impacto
que supondría la firma de este tratado particular; y, obviamente, explica cómo
las negociaciones del TTIP contemplan la "mejora" del sistema, vía 1) la configuración de una lista de jueces, 2)
la introducción de la posibilidad de recurso por parte de los estados
demandados y 3) el establecimiento de criterios de no discriminación estados.
De las reservas expresadas por representantes de los sistemas judiciales
europeos sobre esta cuestión, ni palabra, por supuesto, hasta que en el turno
de preguntas se le hace esta observación. Observación nuevamente despachada con
rapidez.
Un detalle recurrente fue la queja emitida sobre el recelo
que está despertando el acuerdo (el mismo acuerdo que minutos antes afirmaron
cuenta con el apoyo de la ciudadanía). Al parecer, los ponentes veían algo
chocante la resistencia manifestada en contra del TTIP, cuando, según decían,
es "un acuerdo más" entre la multitud de tratados bilaterales y
multilaterales que ya existen. Es como si quisieran decir que el movimiento en
contra de las negociaciones y la firma del TTIP obedece a un capricho, incidiendo
en el mensaje de que este acuerdo está siendo objeto de una atención desmedida
y unas críticas injustificadas...
Finalmente, se detuvieron sobre otro de los grandes temas
polémicos: la falta de transparencia de
las negociaciones. Disculpó el "descuido" explicando que históricamente
nadie se interesaba por estos acuerdos (y siguiendo en la línea de equiparar el
TTIP a cualquier acuerdo de comercio bilateral en vigor), y aseguró haber
comprendido la necesidad de ofrecer más transparencia. En este sentido, afirmó
categóricamente que, a día de hoy, toda la documentación está disponible, que
"no se esconde nada".
Enseguida matizó que la documentación disponible es la referente
a las ofertas de la UE a EEUU. Y que, de haber una información clasificada para
la ciudadanía, es la referente a la contraoferta de EEUU. No se molestó en
explicar el motivo, ni en aclarar el absurdo de tal decisión, suponiendo que
fuera cierta. A fin de cuentas, si todo el mundo tiene acceso a las propuestas
de la UE, ¿cuál es el sentido de mantener en secreto las de EEUU? Al margen de
la falta de competencia de la CE para hacer pública una información de autoría
ajena, ¿no resulta un poco extraño que uno de los bloques decida desclasificar
toda la documentación que le es propia, y el otro no? En cualquier caso, cuando
los ponentes se enfrentaron a la pregunta sobre las reading rooms (el sentido de su existencia y de sus restrictivas
normas de funcionamiento, su contenido, etc.), apenas acertaron a lanzarse una
breve mirada y a exclamar que resulta muy difícil de explicar, porque, a fin de
cuentas, "hay una cantidad de
papeles ahí"...
Resulta francamente desconcertante que un tratado de la
bonanza que predican, con una dirección de las negociaciones y unos objetivos tan
claros, que según dicen persigue una mera armonización de estándares
administrativos y arancelarios para facilitar el intercambio comercial de las
PYMEs a ambos lados del Atlántico, esté suponiendo semejante desgaste en los
bloques negociadores y lleve tantísimo tiempo en preparación.
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